El Cuento de Eones: Parte 20

De entre todos los campeones del Caos, Archaon destaca sin igual. Es el Gran Mariscal del Apocalipsis, el favorito del panteón, y bajo su mando serán rehechos los Reinos Mortales a imagen y semejanza del Caos. Tras el marchan los ejércitos de los Poderes Ruinosos como si fueran uno, forjados como una única fuerza por la voluntad del Elegido.

Archaon El Elegido

Todo adorador o bestia del Caos que ande, se arrastre o galope le debe obediencia a Archaon. Más que un hombre es un semidios de los Poderes Oscuros. Los orígenes de Archaon están envueltos en misterio. En los tiempos del Mundo Que Fue, Archaon tuvo otro nombre y sirvió como un devoto templario de Sigmar. Sin embargo, tras leer las apocalípticas escrituras del profeta Necrodomo, descubrió una terrible verdad sobre la divinidad del Heldenhammer. Tomando el nombre de Archaon, juró que conseguiría el título de Elegido y tomaría venganza de su antiguo señor. A lo largo de los Reinos Mortales cuentan, no obstante, otras historias acerca de él. Unos dicen que fue un gran emperador azyrita que gobernó antes de la llegada de Sigmar y que se entregó al Caos para igualar el poder ascendente del Dios Rey. Muchas tribus creen que Archaon es la manifestación física de los Dioses del Caos, es decir, que al surgir el Caos en los Reinos, también lo hizo su mayor paladín.

El estatus omnipotente de Archaon se confirma por el hecho de que porte los Seis Tesoros del Caos, artefactos míticos que certifican su rango como Elegido. El primero de ellos es la Marca del Caos Absoluto que brilla sobre su frente, el más escaso de los símbolos que denota el favor de los cuatro Dioses Oscuros. La Corona de la Dominación descansa sobre su cabeza, rezumando un aura de maldad que intimada a los siervos más rebeldes del Caos y aterroriza a los enemigos del Elegido. Dentro de una cavidad de dicha Corona, se encuentra el Ojo de Sheerian, arrancado de un dragón del Caos y que otorga al Elegido un punto de clarividencia, lo cual unido con su brillantez táctica, hace que sea casi imposible superar su estrategia en la batalla. La Armadura de Morkar es casi impenetrable para los ataques enemigos y fue portada por el primero de los Elegidos en los albores del tiempo. El más infame de estos artefactos puede que sea la espada Matarreyes, dentro de la cual se encuentra la esencia del demonio U’zhul, el cual se deleita devorando las almas de monarcas y campeones.

Archaon, el Elegido, el Gran Mariscal del Apocalipsis.

Por último, por supuesto, está Dorghar, el bestial corcel demoníaco. Archaon lo obtuvo en las entrañas del Reino del Caos, donde lo domó en una feroz lucha de voluntades. Cuando los Dioses Oscuros, salvo el desaparecido Slaanesh, mandaron a sus Grandes Demonios a matar a montura y jinete, ambos los despacharon sin dilación. Dorghar calmó su sed con la esencia de sus cadáveres, lo cual hizo que le creciesen sus tres cabezas, mostrando con cada una los poderes de uno de los dioses: la rabia ilimitada de un Devorador de Almas, la fétida enfermedad de una Gran Inmundicia y el poder mágico de un Señor del Cambio.

Al no dudar en luchar sus guerras y dirigir sus ejércitos, los Dioses del Caos observan a Archaon con una pizca de inquietud, quizá incluso de miedo, y hacen bien, ya que todos han intentado atraer al Elegido a su servicio exclusivo y todos han fracasado. En lo más profundo de su alma hay una parte de Archaon que observa las maquinaciones de todas las deidades, ya sea del fallido panteón de Sigmar o del de sus supuestos amos, con desprecio. Él no sirve a ningún dios ni cree en la divinidad y hay quien dice que si Archaon consiguiese doblegar los Reinos Mortales bajo su poder, ya no habría dioses que jugaran con las vidas de los mortales, no habría nada más que sus negros estandartes erigidos a lo largo y ancho de los Reinos.

La liberación de un Dios

Slaanesh, el Príncipe Oscuro del Placer, había sido mantenido prisionero por los elfos durante varios siglos, oculto en algún secreto reino para que los trillones de almas que mantenía en su fofo vientre, almas devoradas durante el cataclismo del Mundo Roto, pudieran ser liberadas poco a poco de su tormento. Archaon estaba resuelto a encontrar a Slaanesh, no por reverencia o respeto al Dios Oscuro, sino porque reconocía su poder y cómo podría enfocarlo en su beneficio. Sin Slaanesh, también faltaba un arma en el arsenal del Elegido y sus dispersos seguidores continuaban persiguiendo sus perversos fines sin control, todo ello en detrimento de la visión de unidad en la conquista y la tiranía que tenía Archaon.

El Príncipe Oscuro encadenado.

Por esa razón, había encargado a sus Invocadores Demacrados la tarea de encontrar al Príncipe perdido. Dentro de sus Torres Plateadas, buscaron durante siglos sin encontrar más que ecos de almas torturadas, reflejados en la realidad e imposibles de seguir el rastro. Alguien estaba drenando el poder de Slaanesh, pero no se sabía dónde. Sin embargo, llegó el momento en que Karanak, el mastín de tres cabezas favorito de Khorne, fue muerto por los sirvientes del Dios del Exceso, y la furia del Dios de la Sangre anuló por unos momentos las ilusiones que ocultaban a Slaanesh. Los efectos del necroseísmo fracturaron aún más la compleja red tejida por los dioses élficos. Estos eventos podrían haber pasado desapercibidos, pero en conjunto formaban un patrón de importancia cósmica que se manifestó ante Archaon en forma de visión profética. Sin previo aviso, apareció ante él una imagen de Slaanesh atrapado en una prisión entre luces y sombras e instintivamente supo dónde habían ocultado los astutos elfos al Príncipe Oscuro: Uhl-Gysh, el subreino de penumbra que descansaba entre los Reinos de la Luz y las Sombras. Allí se dirigiría junto a su Varanguard al completo, pues solo tendría una oportunidad antes de que Teclis, Malerion y Tyrion se dieran cuenta de que su secreto había sido desvelado y ocultaran a Slaanesh en un escondite aún más profundo.

Como una lluvia de flechas de luz, las Torres Plateadas atravesaron el velo crepuscular, desgarrando las ilusiones de Uhl-Gysh. Frente a monolitos de cristal, se alzaba la sombra de un dios, una masa hinchada que se mostraba como una constelación de espeluznantes colores y con un aura plena de un horror tan extraño como atrayente. La suave forma se estremeció de anhelo y una suave risa resonó por todo el Reino Crepuscular. La insidiosa forma del Príncipe del Placer se veía trazada contra la luz resplandeciente de una docena de grandes torres de cuarzo aetérico, que orbitaban sobre islas de basalto. Sesenta y tres cadenas se extendían desde dichas torres hasta la forma del dios cautivo, cadenas hechas de luz y oscuridad que solo podían ser quebradas con una única y paradójica proeza.

Cada uno de los miembros de la Varanguard es un adversario imposible de derrotar.

Archaon lanzó un rugido triunfal, pues por fin había encontrado al Dios Oscuro perdido y Dorghar se revolvió bajo su amo con las cabezas salivando por la matanza que se avecinaba. Con la Matarreyes en la mano, dirigió a su Varanguard contra la más elevada de las torres de cuarzo. Varios pelotones de elfos de armadura blanca salieron de los pórticos de las torres para formar brillantes falanges con las lanzas y escudos levantados en perfecta sincronía. Los arqueros cargaron sus flechas y ágiles máquinas de guerra apuntaron a la perdición que se les venía encima. Tyrion y Teclis habían encomendado a sus más grandiosos guerreros la tarea de guardar al prisionero, pero ni siquiera estos podrían contener la furia del Elegido. Archaon destrozó la línea de elfos junto con Dorghar mientras su Varanguard aplastaba a los impecables guerreros elfos hasta convertirlos en una pulpa sanguinolenta. Las Torres Plateadas escupieron fuego brujo al tiempo que los Invocadores Demacrados lanzaban hordas de demonios aullantes contra los defensores. Si bien los defensores lucharon con valor, el avance del Caos era imparable. Archaon se encontró frente al inicio de una gran cadena y el resonar de una risa complaciente se extendió cuando Slaanesh posó los ojos sobre su rescatador. El Elegido pudo intuir algo en el turbulento cielo, algo sinuoso y terriblemente bello que se estremecía con un placer y un dolor infinitos.

Dos masas de luz violeta parpadearon y se centraron en Archaon. “Querido, por fin has venido hasta mí, estoy emocionado” dijo Slaanesh con voz discordante. “He venido en mi propio interés, no en el tuyo” contestó Archaon. “Siempre tan descarado” dijo el Príncipe Oscuro como ronroneando, “siempre tan…decidido. Mis hermanos tienen sus sospechas al respecto, pero yo soy el único que aprecia tu resolución, aunque algunos lo llamen obsesión”.

“Debería dejar que te pudrieses aquí” rugió el Elegido, hastiado de la conversación.

“Venga, ambos sabemos que no eres tan necio. Me necesitas, oh Glorioso Elegido, tanto como yo a ti. No sabes cuánto aprecio nuestro vínculo”.

Archaon puso un pie en la cadena y alzó la Matarreyes.

“¿De verdad tienes a mis captores por tan ilusos? Las espadas no te servirán de nada, ni siquiera tu bonito cuchillito. Esta es la Cadena de la Ira Contenida. Solo puede ser destruida por uno de los estúpidos e iracundos engendros de mi querido hermano Khorne y, como bien sabes, él nunca me ayudaría voluntariamente. Ya engañé a ese bruto cortito con otra de las cadenas antes y ni siquiera él es tan tonto como para caer en ello dos veces.”

Archaon apuntó a la cadena con Matarreyes y un cometa negro bajó del cielo. Dorghar, el Corcel del Apocalipsis, cayó sobre los eslabones atenazándolos con su cabeza derecha, que una vez perteneció a uno de los sirvientes del Dios de la Sangre. Sus fauces apretaron y la cadena de paradoja se rompió con un sonido de cristales rotos.

“Oh, muy bien hecho querido mío” susurró Slaanesh.

El Elegido avanzó dispuesto a subirse a lomos de Dorghar y dirigirse a la siguiente cadena, pero antes del tercer paso el Ojo de Sheerian ardió provocando una puñalada de dolor y agonía en el cráneo de Archaon. Junto con el dolor, recibió una visión tan inquietante como intensa. Pudo ver Varanspire en llamas y una sombra de muerte que caía sobre el Trono Vacío.

Ochopartes estaba siendo atacado.

5 comentarios en «El Cuento de Eones: Parte 20»

  1. Muy gracioso la charla de Slaanesh con Archaon.

    Gracias por el aporte!

  2. Hasta ahora no me había percatado del detalle de las cabezas de Dorghar, al final siempre por un motivo u otro acaba Slaanesh marginado jejeje

  3. Una más de las muchas incoherencias de todo lo que pasó en el Fin de los Tiempos, es que tanto el Ojo de Sheerian como la Matarreyes acabaron destruidos, y ahora simplemente vuelven a estar.
    Es que acabo de terminar de leer las novelas pensando que mejorarían lo contado en los libros de trasfondo de la campaña y rellenarían algunos de los huecos que se dejaron, y ha sido todo lo contrario. Dejan más cabos sin atar aún, cuentan cosas que se contradicen… en fin, lo de siempre.
    Por ejemplo, con respecto al propio Ojo de Sheerian, en ningún momento se nota que Archaon cuando lucha puede prever los movimientos de los adversarios. De hecho Archaon no tiene casi ni una lucha buena: un lugarteniente le tiene que salvar cuando un caballero imperial cualquiera le va a atacar por la espalda, el cazarrecompensas Brunner le logra herir dos veces (una con un cuchillo arrojadizo!!), no consigue derrotar a Valten…

Deja una respuesta